Los últimos tres veranos tuve la bendición de estudiar una maestría en teología en Boston College. Dentro de los muchos elementos que me encantaron de la maestría, está el hecho de que cada 22 de julio (fiesta de María Magdalena), la universidad organizaba una misa solemne, una conferencia y una comida en honor a esta santa. Previo a esta experiencia, yo creía lo que la cultura popular ha pintado de María Magdalena: que era una pecadora pública (una prostituta) y que Jesús la había perdonado e incluido dentro de su grupo de seguidores, fin. Esta creencia (así como muchas que tenemos sobre la historia de la iglesia) había sido alimentada por pinturas, reflexiones, e incluso referencias a María Magdalena en series o películas donde su máximo atributo -yo así lo entendía- había sido el abandonar la prostitución y seguir a Jesús.
¿Qué hizo realmente María Magdalena?
Cuál fue mi sorpresa, al enterarme que lo que tenemos por cierto de María Magdalena no es precisamente la prostitución, sino su papel central en la evangelización y en el surgimiento de la iglesia. Si bien varios teólogos a lo largo de la historia (se cree que la primera referencia fue en el siglo VI d.C.) han vinculado a María Magdalena con la ‘mujer del perfume’ (Mc 14, 13-8) y la ‘mujer adúltera’ (Jn 8, 3-11), no contamos con elementos para afirmarlo desde una realidad canónica evangélica. Se ha llegado a creer que esta vinculación obedeció más a un prejuicio político y social que a una verdad teológica.
Lo que sí nos dicen las Escrituras, literalmente, sobre María Magdalena es:
- Salieron de ella 7 demonios y era seguidora de Jesús (Lc 8, 1-2).
- Estuvo presente en la crucifixión de Jesús (Mc 15, 45-47).
- ¡Es a quien Jesús Resucitado se muestra por primera vez! (Jn 20, 11-18).
Es en este último punto en el que me quiero detener, pues nunca (previo a mi experiencia en Boston) había caído en la cuenta de lo importante que es que Jesús decidiera mostrar su gloria a una mujer: a María Magdalena. Sabemos que en tiempos de Jesús las mujeres no contaban, y que incluso en el círculo de los discípulos menospreciaban su testimonio (Lc 24, 11). Pero Jesús no sigue lógicas humanas. Jesús no sólo decide nacer de una mujer: María de Nazaret, sino que decide que quien será la primer testigo de su resurrección será otra mujer: María de Magdala.
La elegida de Jesús
El ‘rol’ que Jesús le otorga a la mujer, a través de María Magdalena, es precioso: “Anunciar la buena nueva de la vida eterna”. Y no sólo lo hace con María Magdalena, también la Samaritana fue a contar todo lo que Jesús le había dicho y el pueblo creyó (Jn 4, 39). En el ‘acontecimiento Jesucristo’, las mujeres son testigos de la bondad del Maestro, testigos de su poder y de su resurrección, y son enviadas a comunicarlo (amiga que estás leyendo esto, también tú estás llamada a compartir con todos la majestad y la hermosura de nuestro Dios).
Fue San Juan Pablo II quien primero denominó a María Magdalena como ‘apóstol de los apóstoles’ y no es para menos.
Vamos a orarlo
Te invito a que medites el pasaje de Juan 20, 11-18: el hermoso encuentro entre María Magdalena y Jesús Resucitado. Verás cómo ella pasa de ‘estar llorando afuera del sepulcro’ (Jn 20, 11), a ser acompañada en su dolor por Jesús y reconocida por el Maestro (¡Jesús reconoce primero a María Magdalena! mucho antes que ella lo reconozca a Él, como muchas veces nos pasa a nosotros en la vida ordinaria) ‘al escuchar su nombre’ (Jn 20, 16).
¡Cuántas veces también yo reconozco a Jesús hasta que me doy cuenta que Él me reconoce primero! Cuando Él me llama por mi nombre, cuando reconoce mi historia, mis lágrimas y mis anhelos. En este pasaje, después de que Jesús y María se reconocen y de que ella se siente acompañada y entendida por el Maestro, Jesús la envía como testigo, como apóstol: ‘Ve donde mis hermanos y diles’ (Jn 20, 17).
Que así como María Magdalena, nosotros también nos sintamos acompañados en nuestro dolor, reconocidos por nuestro nombre y enviados a predicar la grandeza del amor de Dios, y cómo creemos en un Dios que resucita crucificados.