Según dice el Compendio de la Doctrina de la Iglesia Católica, el bien común se deriva de la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas. Podemos entenderlo como: «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección». 

El bien común implica una responsabilidad para todos los que formamos parte de una sociedad (o sea, todos). No se trata de que quienes se puedan se dediquen a regalar dinero indistintamente. Se trata de una cooperación para que quienes lo necesiten, tengan la posibilidad de acceder a lo necesario para su supervivencia. Para ello, es necesario optar por políticas que apuesten por la justa repartición de los bienes. E incluso, si no nos dedicamos a la política es necesario tener conciencia del compartir. No como una forma en exceso paternalista ni asistencialista. Sino como promoción de la persona para que pueda desarrollarse y fomentar su dignidad. 

Hay muchos problemas en la actualidad, la pobreza y el hambre están en la lista.

Al mundo lo aquejan muchos problemas: violencia, guerras, pobreza, drogas, conflictos religiosos, cambio climático, economías que benefician sólo a unos cuantos, y más. Pero hay dos en los que quiero centrarme, claro, sin restarle importancia a las anteriores. Se trata del hambre y la nutrición. Ambos problemas son ya bien conocidos por todos, incluso podemos figurarnos el estereotipo de persona que atraviesa por esas situaciones.

Según datos de la ONU, «durante las dos décadas anteriores al año 2000, la demanda mundial de alimentos fue aumentando paulatinamente, junto con el crecimiento de la población mundial, unas cosechas récord, mejoras en los salarios y la diversificación de las dietas. Gracias a ello, los precios de los alimentos fueron descendiendo hasta el año 2000; sin embargo, a partir del 2004 los precios de la mayoría de los cereales comenzaron a subir. A pesar de aumentar la producción, el incremento en la demanda fue aún mayor y las reservas de alimentos quedaron seriamente diezmadas».

Además también la producción de alimentos se vio afectada debido a condiciones climáticas que sufrieron algunos países productores. Esto provocó el aumento al precio del petróleo que trajo un aumento en los costos de producción de alimentos y por ellos sus precios. 

Cerca de 821 millones de personas han sufrido hambre

La ONU nos dice que en el mundo, 1 de cada 9 personas han sufrido hambre crónica. Si incluimos a los niños en los estudios, se puede afirmar que a causa de esto, uno de cada cuatro niños en el mundo padece retraso de crecimiento. Se han hecho esfuerzos por erradicar poco a poco la pobreza en el mundo, la cual provoca estas situaciones de hambre y desnutrición. En el año 2000, líderes mundiales se reunieron para crear un plan que ayudara a reducir la pobreza. Se había planteado que para 2015, se habría de reducir a la mitad el hambre mundial. Este objetivo fue alcanzado con gran anticipación en 2010. 

Aunque sabemos que la pobreza extrema sigue existiendo, y que es un hecho del que nos lamentamos en pleno siglo XXI, hay que admitir que aún falta mucho camino que recorrer. Es necesario que tomemos conciencia y ejecutar acciones políticas que muestren interés por los pobres mediante la justa repartición de las riquezas. Que comprendamos que habitamos en una casa común y que no podemos vivir cada quien desde su trinchera. Sí, se trata de una cuestión de justicia social,. Este problema lo debemos atender desde sus raíces. No solamente nos hacen falta leyes y movimientos impulsados por el activismo, sino que como cristianos asumamos  la responsabilidad de compartir con los otros, que adquiramos un compromiso con los pobres, que implique el atrevernos a conocerlos y no ayudar sólo de lejos y de vez en cuando, sino que tengamos un verdadero acercamiento. 

Un problema complejo que está en nuestras manos resolver

El hambre y la nutrición mundiales son un problema fuerte porque implica más cosas en el fondo: una sobreexplotación de los recursos, políticas que benefician a unos pocos privilegiados, una nula conciencia sobre el respeto hacia los pueblos originarios (en cualquier parte del mundo) y poca visibilidad hacia minorías que no son contempladas dentro del capitalismo salvaje. 

¡Manos a la obra!

¿Qué podemos hacer nosotros católicos? La Iglesia aporta una gran ayuda para estas situaciones en todo el mundo a través de Caritas Internationalis, no sólo en situaciones de crisis, sino que ofrece una ayuda permanente.

Podemos acercarnos a estas labores tan nobles en las que podemos experimentar la caridad traducida en acciones o contribuir económicamente. Pero además de Caritas Internationalis la Iglesia cuenta con pastorales que se encargan de atender este tipo de situaciones: comedores comunitarios en parroquias, albergues, o personas que se dedican por su cuenta e inspirados por el Espíritu a ofrecer alimento a quien lo necesite.

Y es esa una actitud que necesitamos adoptar: compartir de forma justa de lo que tenemos, porque el corazón cristiano no puede vivir solamente para sí. 


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David Zubia

Él tiene 23 años y es estudiante de Lingüística Antropológica. Le gusta la fotografía, reírse de todo y compartir la alegría que Dios ha puesto en su vida.

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