En 1844, Karl Marx inmortalizó una frase: “la religión es el opio del pueblo”. El opio, como tal, era un relajante, un sedante en muchos casos.

Nosotros como cristianos ¿nos sedamos ante la ambición de algo más, ante la visión de nuestro propio pensamiento, en este maniqueísmo simplista sobre el vivir de solo nuestra alma? ¿Vivimos en un simple progresismo que busca volcar nuestra fe a un hedonismo latente, cumpliendo por cumplir o para callar nuestra conciencia?

No. Nuestra vida como cristianos no es para un simple sentido de pertenencia, tampoco es como dice el poema por el cielo que me tienes prometido. No, y aquí te lo pruebo:

¿Qué es la confesión?

Los sacramentos, como dijo San Agustín, atestiguan la venida de Cristo. Es esa unión anterior, con lo nuevo: el signo vivo que nos dejó el Salvador. Según S.S. Francisco, la confesión es un sacramento “de curación […] curar mi alma, sanar el corazón y algo que hice y no funciona bien”. Es, entonces, ese sacramento donde, gracias a la atestiguación de la venida de Cristo el alma encuentra por fin esa cura. Además, ¿es que acaso nosotros podemos perdonarnos a nosotros mismos nuestros pecados? ¿Creemos que somos tan autosuficientes que no vemos que necesitamos de Dios? En el Salmo 42, versículo 1 lo dicen claramente: Como ciervo sediento en busca de un río, así, Dios mio, te busco a ti.

¿Cómo confesarme?

A decir verdad, creo que confesarse no es para nada difícil. En el catecismo, la Iglesia nos propone 4 pasos para la buena confesión. Ellos y su explicación son:
1.- Examen de conciencia.
Este examen es el único que de verdad no deberías reprobar. Es reconocerte pecador, es reconocerte en todas tus acciones y en todas tus fallas, a sabiendas de que Dios quiere liberarte de ese pecado.

2.- Sincero arrepentimiento.
Es un dolor del alma, un rechazo de nuestra impureza que tiene raíces en el pecado y un sincero compromiso por no volver a pecar. Usualmente viene acompañado de un rezo, con diferentes fórmulas.

3.- Confesión.
El paso que tal vez muchos sienten pesar de dar…pero que es necesario. Una buena confesión es decirle al sacerdote los pecados de forma clara, concreta, precisa y completa. Nombrar las cosas como lo que son y no utilizar frases ambiguas nos ayuda a identificar inclusive qué es lo que nos aqueja.

4.- Satisfacción.
El confesor, al final, indica unas acciones específicas: es la penitencia y se debe de cumplir lo más pronto posible. Esto no sélo es para callar la conciencia al salir del confesionario: son acciones en satisfacción por los pecados cometidos, es la reparación de esas acciones que tomamos al faltarle el respeto a Dios.

Como cristiano, algo que siempre he tenido como problema personal es la confesión. No que no crea en su poder ni en su importancia, ni tampoco en su veracidad, pero el hecho de mirar dentro de mí, hace que me duela un poco: hace recordarme lo pequeño que soy. Y es ahí donde reside una de las grandes virtudes de la confesión misma, en reconocerme a mí mismo pecador, un pecador que sabe que aunque no quiera, necesitará siempre de la ayuda de Dios. Y Dios siempre querrá ayudarme, si voy de forma sincera a Él.

No es fácil ir a hablar abiertamente de eso que mata el alma, que la carcome poco a poco dejando paso a la incertidumbre de si merece ser amada de nuevo, si merece sentir paz de nuevo, pero es necesario. Es necesario ir a confesar ante el Amor mismo, pidiendo su misericordia, porque se ha pecado. Es necesario ir a ponerle nombre y apellido al pecado, con todas sus letras y todo lo que conlleva.

La vergüenza por el pecado es pasajera, pero el perdón de Dios no se cansa de encontrarse con nosotros.

¿No lo entienden aún? Los débiles en la Iglesia no tienen cabida, no porque no sean recibidos calurosamente en ella, sino porque gracias a este sacramento, la Iglesia se fortalece. Una Iglesia que busca este signo vivo de Cristo de forma constante no puede ser débil del alma, no puede tener un espíritu decaído ni una fe muerta.

Somos fuertes porque nos reconocemos débiles, nos reconocemos pecadores, pues nuestra carne es débil, pero el Espíritu está dispuesto (Mt 26, 41). Dios nos da la victoria sobre el pecado cada vez que nos confesamos porque nos atrevemos a ser valientes, nos atrevemos a ser humildes y buscar ese rostro misericordioso de Jesús representado por el sacerdote, oculto en la sombra del confesionario, esperando escuchar nuestra petición de perdón.
Y el Amor, en ese momento, nos encuentra.

Basado en: https://opusdei.org/es-mx/article/la-confesion-una-guia-breve/


¿Te gustó? ¡Comparte con tus amigos!

Rubén Iracheta

Rubén es miembro del equipo ya hace bastante tiempo y en palabras suyas: "En resumen, cada vez mas cerca de ser Iron Man".

Comments

comments