Hace algunos años escuché a alguien decir que todos los santos se ubican en un contexto de la historia en el que les toca responder a una necesidad del mundo en ese momento, es decir, ningún santo está sólo porque sí, sino que es necesario. De igual manera, hay quienes llegan a ser santos sin que necesariamente figuren sus nombres dentro de los cánones de la Iglesia, sino que el ser santo es una vocación en común para todos y es posible para ti y para mí.

El objetivo que me planteo no es hablar de la santidad en sí, sino de la santidad en concreto de una persona a la que le tocó jugar un papel clave para la vida de fe de toda una nación, es decir, San Juan Diego. Él tuvo la suerte de ser encontrado por la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, y fue indispensable para que la petición de nuestra Madre de tener su casita en el Tepeyac fuera posible, pero ¿por qué decimos que Juan Diego es Santo?, ¿cuáles fueron los motivos para que se decidiera elevarlo a los altares?

Su humildad

Una de las cualidades que podemos resaltar de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa: Águila que habla o El que habla como águila), sin duda alguna es su humildad. Fue realmente un hombre humilde que no se concebía por encima de los otros, de hecho, él perteneció a un sector de la población chichimeca llamado macehuallli, el cual en la escala social se encontraba solamente por encima de los esclavos. Incluso cuando la Virgen se le apareció y le pidió fuera hacia el obispo para que le construyeran su casa, él aseguraba que él no era lo suficiente para tal encargo, e incluso se describía a sí mismo como “cola”, haciendo a su alusión como alguien insignificante. Juan Diego se dedicaba a trabajar la tierra y fabricar matas, las cuales vendía. Poseía un terreno en el que construyó una pequeña vivienda. Más adelante, contrajo matrimonio con una nativa sin llegar a tener hijos.

Un hombre piadoso

También sería un error pasar por alto su fe. Juan Diego era considerado por los franciscanos de aquel tiempo y por la gente que lo conocía como un hombre piadoso, que acudía desde temprano cada semana a una choza en donde aprendía la catequesis y en donde también se oficiaba la misa.

Defensor de la Verdad

Algo que me llama la atención en general de los santos que he conocido es que siempre buscaron defender la verdad, y eso lo podemos ver en ejemplos como San Agustín, Santa Catalina de Siena, y muchos otros defensores de la fe. En Juan Diego encontramos esta cualidad cuando enviado por la Virgen, le insiste al obispo fray Juan de Zumárraga de lo que había sucedido, terminando de convencerlo al presentarle su tilma con la Imagen de la Guadalupana impresa en ella.

Obediencia

En todo, podemos decir sin dudar que Juan Diego fue un hombre obediente, que aún sintiéndose limitado ante la vida y la situación que se le presentaba, no dejó de hacer lo que la Madre de Dios le pedía en nombre del Dios por quien se vive. Si pensamos en san Juan Diego, hay que pensar también en las palabras del mismo Jesús: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mateo 11, 25-30).

Realmente san Juan Diego representa para nosotros una gran enseñanza. Nos recuerda que Dios se manifiesta en donde menos podemos imaginarnos, y que para tener fe no hace falta nada más que tener un corazón sencillo, porque “bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5, 8).


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David Zubia

Él tiene 23 años y es estudiante de Lingüística Antropológica. Le gusta la fotografía, reírse de todo y compartir la alegría que Dios ha puesto en su vida.

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