– “El amor –‘caritas’- es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta”. (Encíclica Caritas en Veritate)

El año de 1927 fue testigo del nacimiento de un hombre que a pocos días de haber llegado al mundo, selló en el sacramento de iniciación su unión a Cristo. Un humano destinado a la Gracia del Señor, hijo de un gendarme militar que llevaba su mismo nombre: Joseph Ratzinger y su esposa, María.

Primer llamado al Sacerdocio y dedicación a la Teología

Corría el año de 1939, el nazismo y la Segunda Guerra Mundial estaban en sus vísperas. Su hermano era llamado al servicio del Reich. En esa misma época, Joseph se dedicaba con constancia y perseverancia a seguir trabajando en la vida espiritual y al estudio, también se daba cuenta de su pasión por el deporte más que por la vida militar.

Alejado del seminario por las consecuencias funestas de la guerra pero unido a Cristo por vocación, siguió preparando su espiritualidad hasta que en 1945. Después de las desastrosas consecuencias de una horripilante Guerra Mundial, con el país en ruinas, ansioso de unidad y de paz, retoma su vida en el seminario. Mientras estudia Filosofía ahí conoce a San Agustín de Hipona quien resultaría ser posteriormente uno de sus más grandes maestros en la Fe.

Dos años después, continua en Munich sus estudios de Teología. Los años transcurrían y Joseph Ratzinger continuaba su crecimiento y formación en la Fe. En 1953 comienza a ser catedrático en Teología, donde desarrollaría con gran ímpetu la docencia. El 25 de marzo de 1977, el Papa Pablo VI le nombra Arzobispo de Múnich y Frisinga. En el día de Pentecostés, un 28 de mayo de ese mismo año es nombrado obispo en la Catedral de Múnich.

Un comienzo, un nuevo Lema

«Con la consagración episcopal comienza en el camino de mi vida el presente» escribe Ratzinger. Al ser elegidos como Obispos se debe seleccionar un lema, una frase que más allá de sólo palabras, representa un latir de su corazón y su aspiración a vivir de manera íntima y especial el ministerio confiado.

Su selección particular fueron dos palabras de la tercera epístola de San Juan: «cooperador de la verdad». Ante todo porque en esta nueva encomienda buscaba el seguimiento de la verdad y ponerse a su servicio.

Un moro, una concha, un oso

Y para la decisión del escudo tomó elementos muy significativos de su diócesis:

En el blasón de los obispos de Frisinga aparece desde hace más de mil años un moro coronado cuyo significado no acaba de saberse. Para Ratzinger como obispo significa la Universalidad de la Iglesia y que esta no acepta ninguna distinción de raza ni de clase porque todos al final somos Uno en Cristo.

Junto al moro coronado eligió otros dos signos: una concha, signo de nuestro ser peregrinos -de nuestro ser camino de Pascua- y evocación -con inspiración en «su» San Agustín- de que «la grandeza del misterio es mucho más grande que toda nuestra ciencia».

El moro coronado, la concha y un oso. Sí, uno oso. ¿Por qué uno oso? Es el oso de Corbiniano, el fundador de la diócesis de Frisinga. Y se trata de una historia legendaria, aderezada de nuevo, por parte de Ratzinger, con inspiración agustiniana.

La leyenda del oso

Cuenta la leyenda que un oso despedazó el caballo en que viajaba a Roma San Corbiniano. Este reprendió al oso y le impuso como castigo que cargara en sus lomos con el fardo que hasta entonces había llevado el caballo. «Así, el oso tuvo que arrastrar el fardo hasta Roma y sólo allí lo dejó en libertad el santo».

Este oso recuerda a Ratzinger las meditaciones que sobre los versículos 22 y 23 del salmo 72 hizo San Agustín. El salmo muestra la situación de necesidad y de sufrimiento que es propia de la fe que deriva del fracaso humano.

El salmista entiende que la riqueza y el éxito material son finalmente irrelevantes y que lo importante es saber reconocer lo verdaderamente necesario y portador de salvación:

«Cuando mi corazón se exacerba…, estúpido de mí, no comprendía, una bestia era ante ti. Pero a mí que estoy siempre contigo». Explica Ratzinger que, en esta frase, al igual que San Agustín, él también se reconocía: «había elegido la vida de estudio y Dios lo había destinado a hacer de «animal de tiro», el bravo buey que tira del carro de Dios en este mundo».

Sólo quiso ser teólogo

De Obispo de Múnich a Pastor de la Iglesia Católica y Vicario de Cristo.
En la Pascua de 2005, a este humilde trabajador de la viña del Señor, que sólo quiso ser teólogo, poder rezar y estudiar en paz e interpretar en el piano a Mozart, Bach o Beethoven, la Providencia -a la que siempre ha escuchado seguido- le convirtió en el viñador de la iglesia católica, Cristo lo llamó a servir a su Iglesia y fue designado Papa.

October 1985, Rome, Italy — German Cardinal Josef Ratzinger in Rome. — Image by © Gianni Giansanti/Sygma/Corbis

Son pocas las letras que dedicó a su renuncia al Papado porque son muchísimas mas las contribuciones que hizo doctrinalmente a la Iglesia, pero te invito a ti que lees esto, a que te empapes del amplio número de documentos redactados y desarrollados por nuestro Papa emérito, Benedicto XVI en donde nos ha dejado grandes enseñanzas en la Fe. Uno de mis favoritos es la encíclica “Caritas in Veritate” con la que inicié citando este artículo y que me motiva a transmitir con amor el Evangelio de Cristo.

Este año celebramos los 93 años de Vida en Cristo de Joseph Ratzinger, ¡un gran Guerrero de la Fe Católica!

Por Ramón Chaires


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Redaccion

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