En lo individual, me toca enfrentarme a muchas realidades en las cuales me descubro llamado a iluminar a través del prisma del amor de Dios. Y en varias ocasiones el que principalmente necesita ser iluminado soy yo, pues el hecho de ser creyente no me hace perfecto, estoy en construcción.

Algo en concreto con lo que tuve dificultades por mucho tiempo fue mi relación con María. No es que no creyera en ella, en que haya sido concebida sin la culpa del pecado original, virgen, Madre de Dios o asunta al cielo. Con eso nunca tuve problema, sino que mi dificultad se encontraba al momento de entablar una relación con ella, tampoco era rechazo, simplemente no había una relación viva y personal. Pasó tiempo y esa situación comenzó a provocarme un sentimiento parecido a la culpa, porque no tomaba en cuenta a la Madre de Dios dentro del marco de mi fe. Trataba de pensar de qué manera podría lograrlo y me frustraba muchas veces al no encontrar la manera.

Afortunadamente Dios se encargó de darme una mamá muy peculiar, una mujer de una fe impresionante, una fe que te hace salir adelante, guiado por la esperanza, enfrentando todo tipo de situaciones que la vida pone, y es a través de ella que logré entender qué clase de relación tendría yo con María.

Tuve la gracia de vivir durante cinco años la experiencia del seminario, en donde logré comprender el sentido de mi vida, y comprender el misterio de mi persona a partir de la experiencia del misterio de un Jesús humano.

Curiosamente, y eso es un decir, porque me parece algo muy providencial, mi mamá se llama María Guadalupe; de manera que fue menos difícil entender esta situación dentro de una especie de comparación mía con Jesús y de mi mamá con María.

Las expresiones de piedad popular, estudiar los dogmas referentes a María, la reflexión y conocer la experiencia de fe de otras personas con quienes compartía mi camino, me enseñaron a apreciar la belleza que la Madre de Jesús trae a nuestra fe, así como el papel indispensable que le tocó jugar en la historia de la salvación. No puedo evitar pensar en la historia de vida de mi mamá, con la cual no voy a entrar en detalles, pero sí puedo decir que al igual que María ha sido una mujer que vive abierta a los planes de Dios, dispuesta a que en ella se haga su voluntad; ha sido una mujer abierta a la vida, y con ocho hijos puede dar testimonio de ello, además de que está siempre disponible para acoger a personas que necesitan consuelo, consejo o alguien que los escuche, ella tiene realmente un don para esas cosas.

Podrá parecer que quería hablar más de mi madre, pero lo que en el fondo quiero explicar es que, cuando no sabía qué papel tenía María en mi vida, tuve la gracia de ver a otra María, que siempre ha estado ahí frente a mí y para mí, que ama profundamente a Dios y entrega su vida entera a su proyecto de amor. Aprendí a ser hijo de María en la medida en que aprendí a ser hijo de otra María, aquella que me ha enseñado el amor de Dios y me ha hecho el hombre que soy.

Tal vez no tengo la vida de piedad ideal, pero le agradezco enormemente a Dios ponerme frente a situaciones tan humanas y cotidianas que me hacen amarlo, entenderlo y vivir feliz con Él.


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David Zubia

Él tiene 23 años y es estudiante de Lingüística Antropológica. Le gusta la fotografía, reírse de todo y compartir la alegría que Dios ha puesto en su vida.

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