Sabemos que la doctrina católica es muy clara al mencionar que cada que celebramos la Eucaristía, con la imposición de manos del sacerdote (epíclesis, del griego= epí-sobre/kaleo-llamar) sobre el pan y el vino, y las palabras de la consagración “Esto es mi Cuerpo”, “Éste es el cáliz de mi Sangre”; pasamos a contemplar cómo dichas especies pasan a ser por la efusión del Espíritu: el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Que claro, normalmente aún después de ese momento parece que seguimos viendo pan ácimo y vino. Sin embargo, lo que tenemos en frente es la presencia real del Resucitado. En distintos momentos concretos de la historia y por diferentes circunstancias, se ha presumido que la intervención de Dios sobre el pan y el vino ha sido un poco distinta, a través de signos o acontecimientos sorprendentes, que sin duda han despertado los sentidos de los feligreses. A estas intervenciones de carácter extraordinario las conocemos como “milagros eucarísticos”, y se han dado a lo largo de la historia con el propósito de aumentar y asegurar nuestra fe en la presencia real de Cristo entre nosotros.

Me parece importante que tomes en cuenta un par de aspectos en torno a la devoción por estos signos:

Nuestra fe no depende de los milagros eucarísticos

Como seres humanos, es normal que aun profesando la fe católica, en ocasiones no podamos dar crédito suficiente a estos acontecimientos, al no haber sido testigos presenciales de los mismos. Si eres alguien que los acepta, puesto que incluso te ayudan a ejercitar tu fe en la cercanía de Cristo con los hombres y particularmente en tu vida, eso está muy bien. Pero debes saber que no por eso tu fe es mejor que la de otros a los que les puede costar más trabajo creer en este tipo de milagros. Siempre es bueno acompañar la fe de una buena dosis de humildad, y asimismo de respeto por todos los demás integrantes de la comunidad eclesial.

Al final debes reconocer, por un lado, que nuestra fe cristiana queda sostenida en el anuncio de Jesucristo, es decir, en la predicación de la Buena Nueva o Evangelio (ver Gal 3, 5). Nuestra fe debe apoyarse en una columna inquebrantable hecha del mensaje de salvación de Jesucristo, el Verbo encarnado que dio a conocer el Rostro de Dios, y que después de su entrega en la Cruz ha resucitado, haciéndose presente en TODA celebración eucarística, aunque no haya presencia de signos visibles extraordinarios.

Por otro lado, bien es cierto que una fe genuina tampoco debe excluir que Dios puede intervenir con su perfecta bondad en la historia del hombre del modo en que a Él más le plazca, sin importar tiempo, lugar o persona. De hecho podemos tomar en cuenta además, que muchos de estos milagros eucarísticos han sido continuamente estudiados a través de procesos científicos para poner de manifiesto su aprobación. Y aún con todo eso es preciso destacar que el cristiano no tiene una obligación de creer en estos hechos u otras revelaciones privadas.

Si te manifiestas devoto a los milagros eucarísticos, tan sólo no te olvides de valorar que Dios también se manifiesta de maneras asombrosas y realmente bellas en lo cotidiano de nuestra realidad. En el caso de la Eucaristía, por ejemplo, ésta no deja de ser un sacramento que comienza teniendo lugar en el pan y en el vino, como dos especies que para el pueblo judío venían a ser básicas y nada ostentosas.

Los milagros eucarísticos pueden ser de gran apoyo para la vida de fe del creyente:

¿Por qué comento esto? Si te detienes un momento a meditar Jn 17, 9-14; tal vez te llamen la atención las sabias palabras de Jesús. Por supuesto que el cristiano debe tener seguridad en que la causa de su existencia no está en la materialidad del mundo, sino en Dios Creador. Las cosas materiales que cotidianamente observamos y las leyes de la naturaleza no son aquello que gobierna la realidad, sino aquel gran Ser por cuya infinita bondad la realidad existe, es decir, Dios.

En los milagros eucarísticos, de algún modo se nos hace ver a los fieles que más allá de esta vida, la realidad encuentra otros estados de existencia que desconocemos hoy en nuestra estadía terrena. Dios nos espera a las afueras de este tiempo en que nos toca servirle en el mundo. La verdad me sorprende ver cómo gracias a estos acontecimientos eucarísticos tan prodigiosos, la fe de tantas personas encuentra motivaciones enormes para fortalecerse. Más aún, la fe de algunos no creyentes halla una ocasión para despertar. Sin duda, estos milagros también exponen mucho de la belleza que le corresponde a los actos de Dios, y que en este caso, nos ayudan a no perder de vista a Cristo como centro de la Liturgia y sus ritos correspondientes.
Así pues, ante los milagros eucarísticos conviene siempre tomar en cuenta el tan famoso equilibrio entre la fe y la razón, tantas veces expuesto por San Juan Pablo II en su Carta Encíclica “Fides et Ratio” (te la recomiendo bastante), pues este equilibrio nos dará una actitud más plena en la contemplación de estos sucesos, y una perspectiva más crítica de los mismos sin perder la grandeza de sentido del Misterio Eucarístico.


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Andres Piña

Es un joven que busca ser comprometido con la Iglesia, al ser Dios quien define el sentido de su vida. Tiene estudios en filosofía y teología y disfruta mucho de conocer la realidad y sus grandes misterios. Siente afición por la música, el arte en general y los deportes. Disfruta mucho de compartir la fe con personas de todas las edades, buscando generar un buen ambiente de diálogo. Sostiene que la vida es para disfrutarse y la mejor manera de hacerlo es viviendo la alegría de hacer el bien.

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