Hay historias que me dejan un buen sabor de boca y con el caso de María Magdalena no es la excepción. Ella tres días después de la crucifixión se queda con sed. Realmente ni ella ni los apóstoles habían comprendido el mensaje de Jesús. Vamos a ponernos en contexto. Acaban de crucificar a Jesús, los apóstoles lo negaron, estaban encerrados en cuatro paredes: temerosos, tristes, arrepentidos sin saber qué hacer. ¿Y Judas? Vagando por las calles con un dolor tan profundo, insoportable, pesaba tanto que lo hacía caminar encorvado. María, su madre, en silencio pero con un dolor punzante, no sentía odio o repugnancia, pero era difícil imaginarse la vida sin su pequeño.

María Magdalena decide salir, porque como antes dijimos, estaba sedienta, al menos quería ver a Jesús en el sepulcro. Pero para su sorpresa cuando entra, hay un hombre de pie, parece ser un jardinero y el sepulcro está vacío. ¡Imagínate! Estás que te mueres de sed y no hay agua, nada, ni una gota. O bueno, acabas de sepultar a alguien muy querido y cuando llegas al cementerio no hay nada, el ataúd está abierto, desenterrado.

En verdad intento entender a María Magdalena y esos segundos debieron ser mortales, un hormigueo recorrió su cuerpo, debió haber sudado ese sudor frío de nervios o de miedo que a veces brota de nuestro cuerpo.

Pero luego de una corta conversación, cuando escucha que el hombre que la llama por su nombre no es un jardinero sino el mismo Jesús, el mismísimo maestro, su querido “Rabboni”. Y le dice  “No me retengas” (Jn 20, 17) ¿A qué puede referirse? Ella, ya sació su sed, ya lo encontró pero no puede quedárselo para ella sola, lo tiene que compartir ¿Con quién? Con sus hermanos, no todos son puros, no todos están limpios. Y bien, ella misma, la portadora del mensaje es débil. Se había convertido pero tenía como dicen “mucha cola que le pisen”. Lo han traicionado, le han sido infiel pero aún así Jesús le pide dar la buena nueva, anunciar su resurrección. No importa el portador sino el mensaje.

Ahora yo te pregunto, 1983 años después de la resurrección, tú eres testigo, tú eres creyente. ¿Con quién has compartido este mensaje? ¿Sólo con los que creen? Es tu responsabilidad ir y anunciar que Jesús resucitó, que está vivo y que su amor es para cada uno de nosotros, de la forma en que seamos, si somos pecadores, si somos infieles, si somos fieles.

Aleluya, aleluya, anunciemos juntos esta gran fiesta que nos une en todo el mundo.


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Adeth Limas

Licenciada en Comunicación y Medios Digitales y se especializa en publicidad. Colaboró como coordinadora en algunos grupos juveniles parroquiales y pertenece a la mesa directiva de Jóvenes Líderes Defensores de la vida A.C.

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