Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

En estos miércoles hemos reflexionado sobre la familia y vamos hacia adelante con este tema, reflexionar sobre la familia. A partir de hoy nuestras catequesis se abren, con la reflexión sobre la consideración de la vulnerabilidad que tiene la familia, en las condiciones de vida que la ponen a prueba. La familia tiene tantos problemas que la ponen a prueba.

Una de estas pruebas es la pobreza. Pensamos en tantas familias que viven las periferias de las metrópolis, pero también en las zonas rurales… ¡Cuánta miseria, cuánto degrado! Y después, a empeorar la situación, en algunos lugares llega también la guerra. La guerra es siempre una cuestión terrible, que golpea especialmente a las poblaciones civiles, a las familias. De verdad la guerra es “la madre de todas las pobrezas”, una grande predadora de vidas, de almas y de los afectos más sagrados y más queridos”.

A pesar de todo esto, existen tantas familias pobres que con dignidad buscan conducir su vida cotidiana, a menudo confiando abiertamente en la bendición de Dios. Esta lección, no debe justificar nuestra indiferencia, pero quizá aumentar nuestra vergüenza por el hecho que existe tanta pobreza. Es casi un milagro que, también en la pobreza, la familia continúe a formarse e incluso a conservar – como puede – la especial humanidad de sus vínculos. El hecho irrita a aquellos planificadores del bienestar que consideran los afectos, la generación, los vínculos familiares, como una variable secundaria de la calidad de vida. ¡No entienden nada! Al contrario, nosotros debemos arrodillarnos delante a estas familias, que son una verdadera escuela de humanidad que salva a las sociedades de las barbaries.

¿Qué nos queda, de hecho, si cedemos al chantaje de César y dinero,  de la violencia y del dinero, y renunciamos también a los afectos familiares? Una nueva ética civil llegará solamente cuando los responsables de la vida pública reorganizarán el vínculo social a partir de la lucha a la espiral perversa entre la familia y la pobreza, que nos lleva al abismo.

La economía actual frecuentemente se ha especializado en el gozo del bienestar  individual, pero practica extensamente la explotación de los vínculos familiares. ¡Esta es una contradicción grave! ¡El inmenso trabajo de la familia no aparece en los estados financieros naturalmente! De hecho, la economía y la política son avaras de reconocimientos al respecto.  Y todavía, la formación interior de la persona y los círculos sociales de los afectos tienen  allí sus columnas. Si las quitas, cae todo.

No es solo una cuestión de pan. Hablamos de trabajo, hablamos de educación, hablamos de sanidad. Es importante entender bien esto. Permanecemos siempre muy conmovidos cuando vemos las imágenes de los niños desnutridos y enfermos que se nos muestran en tantas partes del mundo. Al mismo tiempo, nos conmueve también mucho la mirada brillante de muchos niños, privados de todo, que están en escuelas construidas con nada, cuando muestran con orgullo sus lápices y cuadernos. ¡Y cómo miran con amor su maestro o su maestra! Verdaderamente los niños saben que ¡el hombre no vive solo de pan! También del afecto familiar; cuando existe la miseria los niños sufren, porque ellos quieren amor, los vínculos familiares.

Nosotros cristianos debemos ser siempre más cercanos a las familias a las cuales la pobreza los pone a la prueba. Pero piensen, todos ustedes si conocen a algún: papá sin trabajo, mamá sin trabajo… y la familia sufre, los vínculos se debilitan. Es feo esto. De hecho, la miseria social golpea a la familia y a veces la destruye. La falta o la pérdida de trabajo, o su fuerte precariedad, inciden duramente sobre la vida familiar, poniéndola a dura prueba las relaciones. Las condiciones de vida en los barrios más pobres, con los problemas de habitación y de transporte, como también la reducción de los servicios sociales, sanitarios y educativos, causan ulteriores dificultades. A estos factores materiales se añade el daño causado a la familia de pseudo – modelos, difundidos por los medios de comunicación basados en el consumismo y el culto por aparecer, que influencian las clases sociales más pobres e incrementan la disgregación de los vínculos familiares. ¡Cuidar a las familias, cuidar el afecto, cuando la miseria pone a la familia a prueba!

La Iglesia es madre, y no debe olvidar este drama de sus hijos. También ésta debe ser pobre, para convertirse en fecunda y responder a tanta miseria. Una Iglesia pobre es una Iglesia que practica una voluntaria sencillez en su propia vida – en sus mismas instituciones, en el estilo de vida de sus miembros – para abatir todo muro de separación, sobretodo de los pobres. Es necesaria la oración y la acción. Recemos intensamente al Señor, que nos sacuda, para hacer que nuestras familias cristianas sean protagonistas de esta revolución de la cercanía familiar ¡Qué ahora es tan necesaria!

De esta cercanía familiar, desde el inicio, está hecha la Iglesia. Y no olvidemos que el juicio de los necesitados, de los pequeños y de los pobres anticipa el juicio de Dios ( Mt 25, 31-46). No olvidemos esto y hagamos todo aquello que nosotros podamos para ayudar a las familias y a ir hacia adelante en la prueba de la pobreza y de la miseria que golpean a los afectos, los vínculos familiares.

Yo quisiera leer una vez más el texto de la Biblia que hemos escuchado al inicio y cada uno de nosotros piense en las familias que están probadas por la miseria y la pobreza, la Biblia dice así: «Hijo, no rechaces al pobre lo necesario para la vida, no seas insensible a la mirada de los necesitados. No entristezcas a quien tiene hambre, no exasperes a quien está en dificultad. No preocupes a un corazón que ya está exasperado, no niegues un don al necesitado. No rechaces la súplica del pobre, no rechaces la mirada al indigente. De quien te pide no rechaces la mirada, no des a él la ocasión de maldecirte» (Sir 4, 1-5a). Pro que esto será aquello que hará el Señor – lo dice el Evangelio – si no hacemos estas cosas.

(Traducción del italiano por Mercedes De La Torre  – RV).

(from Vatican Radio)


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Luis Horacio

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